No murió, él lo mató.
No es de mi estilo este relato, pero lo escribí, y por aquello de salirse de mis esquemas, va como anónimo. Apuesten quien es su autor/a.
Estaba muerto, delante de él, tendido a sus pies, ya no parecía tan arrogante, ya no le daba ningún miedo. Le seguía pareciendo un cerdo, aquel a quien veía en el suelo le seguía pareciendo el mismo cerdo de siempre. Seguía teniendo la misma expresión de cabrón en sus labios rajados y torcidos, la misma cicatriz en su cara de puerco.
Ya no sentía miedo, y sentía un especial placer en caminar por el charco de sangre que había sobre el asfalto de la carretera, y empezó a saltar y la sangre le salpicó hasta la cara.
Estaba allí tendido, panza arriba, con los ojos muy abiertos, muerto, y le seguía pareciendo la misma horrible bestia de siempre y no le tenía miedo y le escupió a la cara una y otra vez.
Odiaba esa enorme barriga del muerto, esa cara roja y gorda y le hubiera gustado saltar encima y que explotara y cada cacho fuera a un lado distinto.
¡Estás muerto, hijo de puta, estás muerto¡ ¡Ya no le harás nada a nadie más¡
Y una carcajada que parecía la de un loco, pero era la de la justicia hecha venganza se dejó oír en el viento.
El viento no era más que carne fofa llena de grasa que podía alimentar varios días a una manada de hienas hambrientas, era una carne podrida que los gusanos irían horadando y que se iría secando al sol, pudriéndose y hediendo.
Y vomitó sobre el muerto, no porque le diera asco, sino porque le resultó muy grato hacérselo, se rió al verle la ropa llena de comida regurgitada y la cara llena de espumarajos.
¡Levántate, hijo de perra, levántate y vuelve a humillarme, vuelve a romperle los dedos a los negros y cortarles la lengua¡ ¡Y ahora arde¡ ¡arde¡ ¡arde¡
Y un humo muy gris y espeso se elevó sobre la calzada.
¡Ya puedo morir en paz¡ Ya soy feliz. No importa lo que pase. Ya ese cerdo cabrón hijodeputa ha dejado de andar. Tenía que haberle cortado los cojones antes de matarle.
Y se fue despacio, sobre su cabeza se veía el humo ya sin llama y dejó un cacho de carbón sobre el asfalto, sin forma, sin nada.
Rosa, María, José, Antonio y mil jóvenes y niños habían sido vengados por fin, ya no temblarían al oír aquel vozarrón de negrero, ya no se esconderían en los rincones al ver su figura de cerdo gordo a través de los alambres de los barracones, ya no mataría a nadie mas, ya no torturaría a nadie, porque él lo había matado, y sin embargo, al matarle sólo pensó en lo que le había hecho a él, en aquella casa de madera, pero ahora estaba más feliz, porque sin nadie decírselo, en muchos sitios darían un abrazo y una medalla al hombre que mató a un cerdo.
Estaba muerto, delante de él, tendido a sus pies, ya no parecía tan arrogante, ya no le daba ningún miedo. Le seguía pareciendo un cerdo, aquel a quien veía en el suelo le seguía pareciendo el mismo cerdo de siempre. Seguía teniendo la misma expresión de cabrón en sus labios rajados y torcidos, la misma cicatriz en su cara de puerco.
Ya no sentía miedo, y sentía un especial placer en caminar por el charco de sangre que había sobre el asfalto de la carretera, y empezó a saltar y la sangre le salpicó hasta la cara.
Estaba allí tendido, panza arriba, con los ojos muy abiertos, muerto, y le seguía pareciendo la misma horrible bestia de siempre y no le tenía miedo y le escupió a la cara una y otra vez.
Odiaba esa enorme barriga del muerto, esa cara roja y gorda y le hubiera gustado saltar encima y que explotara y cada cacho fuera a un lado distinto.
¡Estás muerto, hijo de puta, estás muerto¡ ¡Ya no le harás nada a nadie más¡
Y una carcajada que parecía la de un loco, pero era la de la justicia hecha venganza se dejó oír en el viento.
El viento no era más que carne fofa llena de grasa que podía alimentar varios días a una manada de hienas hambrientas, era una carne podrida que los gusanos irían horadando y que se iría secando al sol, pudriéndose y hediendo.
Y vomitó sobre el muerto, no porque le diera asco, sino porque le resultó muy grato hacérselo, se rió al verle la ropa llena de comida regurgitada y la cara llena de espumarajos.
¡Levántate, hijo de perra, levántate y vuelve a humillarme, vuelve a romperle los dedos a los negros y cortarles la lengua¡ ¡Y ahora arde¡ ¡arde¡ ¡arde¡
Y un humo muy gris y espeso se elevó sobre la calzada.
¡Ya puedo morir en paz¡ Ya soy feliz. No importa lo que pase. Ya ese cerdo cabrón hijodeputa ha dejado de andar. Tenía que haberle cortado los cojones antes de matarle.
Y se fue despacio, sobre su cabeza se veía el humo ya sin llama y dejó un cacho de carbón sobre el asfalto, sin forma, sin nada.
Rosa, María, José, Antonio y mil jóvenes y niños habían sido vengados por fin, ya no temblarían al oír aquel vozarrón de negrero, ya no se esconderían en los rincones al ver su figura de cerdo gordo a través de los alambres de los barracones, ya no mataría a nadie mas, ya no torturaría a nadie, porque él lo había matado, y sin embargo, al matarle sólo pensó en lo que le había hecho a él, en aquella casa de madera, pero ahora estaba más feliz, porque sin nadie decírselo, en muchos sitios darían un abrazo y una medalla al hombre que mató a un cerdo.
9 comentarios
Pablo -
Pablo -
gladys -
Goreño -
Stuffen -
Yo creo que es de una de las chicas.
Apostaría por Octavia, o en todo caso por Merche.
Saluditos.
Merche -
white -
Adivinar nunca se me dió bien.
Goreño -
Goreño -